lunes, 16 de junio de 2014

El fútbol y yo

 A propósito del Mundial Brasil 2014: he recordado en estos días ciertos momentos de mi vida con el desempeño de una que otra selección. Aquí comparto esas mini-historias y con el paso del mundial iré agregando otras. 


#Elfútbolyyo El mundial de fútbol que recuerdo más nítidamente es el de España 1982. Lo mejor fue que el televisor de la habitación de mis padres, único con control remoto y a color, pasó a la sala de la casa durante varias semanas. Ese año por primera vez hice el álbum Panini y me gustaba sobre todo, por influencia del hogar, la selección brasileña de Zico y Sócrates. En esos tiempos los niños nunca llenábamos el álbum de barajitas.

 #elfútbolyyo Nada me une a Holanda, pero atribuyo cierta contentura que siento cuando ganan a mi mamá. Mi mamá siempre alabó a la "naranja mecánica" y el "fútbol total" de los holandeses, subcampeones de los mundiales de los 70's. Especialmente le gustaba Cruyff (ahora pienso si era solo por su fútbol). Creo que la generación de mis padres admiraba a Brasil de este lado y a Holanda del otro. Holanda siempre ha estado entre los mejores, quién sabe si este sea su año. Ahora, en 2014, y sucampeones del mundial anterior, aluciné con el primer gol "cabezazo" Van Pierce y en el triunfo holandés recordé a mi mamá, que murió en el 2000, pero que siempre se emocionaba con el mundial de fútbol, pues en casa ese mes era fiesta segura. De pronto por todo eso no sentí tanta pena por España, aunque la hay! pero esa es otra historia.


#elfútbolyyo En el año 1997, disfruté dos partidazos importantes en el San Siro, Giuseppe Meazza, de Milan. Ahí vi a Ronaldo, ya estrella pop en Italia, a Simeone, Zanetti... y a tantos italianos del Inter que apostaban por el fútbol en su país. Me encantó que así como los italianos eran fieles a los Invicta, los futbolistas se quedaban en casa, incluso ante ofertas multimillonarias de otros clubes europeos. Entonces me enamoré del calcio, pero no simpaticé con la squadra azzurri hasta que fueron campeones en 2006. Esa vez sentí la emoción de los juegos con todos los viejitos italianos inmigrantes en el café Sucre de Chacao, y con Magda, la regente, que ya no está. Durante semanas algunas calles de Chacao estuvieron forradas de banderas gigantes verde-blanco-rojo. Fue bonito. Un año después supe que gracias a mi abuela materna, Aída Lentini, y al passaporto de Giuseppe Lentini,yo también era italiana. Hoy algo de mi le va a esa squadra! 

martes, 18 de marzo de 2014

Los nuevos desplazados: Chao Chacao


Domingo 16 de marzo: me doy cuenta de que hace exactamente un mes mi hijo Matías, 5 años, me dijo algo que me cambió la percepción de cuanto ocurre desde que las protestas se hicieron rutina, y acabaron con la mía: “¿La ciudad mamá? ¿Qué parece como una guerra?”.

La ciudad que parece como una guerra es Chacao, lugar donde vivimos desde hace 12 años. A mediados de febrero el casco de Chacao se convirtió en otra Altamira, y la guarimba y la Guardia Nacional nos sacaron de la casa. La basura quemada primero (con sus plásticos y tóxicos), luego los químicos lacrimógenos, y sobre todo el miedo, nos sacaron de la casa.

La ciudad que parece como una guerra es que tus propios vecinos no te dejen pasar, que la Guardia Nacional choque tus carros, que lancen bombas lacrimógenas a edificios, que algunos de esos vecinos se “defiendan” lanzando vidrios, y que te llamen “vendido” porque no sales a quemar. Yo no quiero vivir en la ciudad que parece como una guerra, por eso nos fuimos de Chacao, tan chévere que era Chacao…

Somos los nuevos desplazados, los desplazados de febrero-marzo que tenemos donde quedarnos gracias a una familia solidaria a la que no queremos molestar. Por eso, porque no queremos molestar, intentamos volver al hogar, pero nos volvieron a sacar los gritos, los golpes nocturnos a las santamarías de negocios que medio-abren, los silencios repentinos que auguran un sonido cada vez peor, la basura regada…  Ay! la basura regada. Una vez en una asamblea de vecinos luego del 12F el alcalde Ramón Muchacho llamó la atención sobre el peligro que suponía para los trabajadores de Sateca recoger trastos con vidrios y aerosoles, etc, varios empleados habían resultado heridos en su trabajo. Pues, unos pocos, siempre son unos pocos, un grupo muy joven, no lo dejó terminar de hablar, lo pitaron. No entendieron los peligros de aspirar plástico quemado, no dejaron que una mamá de dos niñas expusiera el horror al que se sometían cada noche. “Múdate”, le gritaron. Nosotros nos mudamos.

Para los desplazados de Chacao “mudarse” no es mudarse del todo. Hay que ir a buscar-lavar ropa, chequear que la casa esté en orden, cambiar fundas y sábanas, lavar cortinas más de lo habitual y hacer planes logísticos para cada día, lo cual es agotador, extraño mis rutinas. Uno que suele detestar caer en rutinas, cuando la ciudad está como en una guerra, las suele extrañar.

De todos nosotros el que más extraña sus rutinas es mi hijo Matías, 5 años, que pasó del feliz “mami, y dónde dormimos hoy” de los primeros días de exilio, al “mami por favor, me quiero quedar en mi casa, mi casa es linda, por favor”, lo que parte el alma. Una de estas noches en su rezo pidió “por favor Dios que la casa se cure”.

En nuestras visitas veloces a la casa sabíamos que alrededor de las 3:30 pm teníamos que comenzar a ver el Twitter, a tratar de calcular en qué momento salíamos corriendo. Apenas comenzaba la batalla de Altamira, marcábamos la retirada, pero ni así había garantías de salir a tiempo. El sábado 15 de marzo comenzaron temprano y, a diferencia de otros días, a las 4:30 las lacrimógenas inundaban el casco de Chacao.

34 días después del desmadre tenemos tres juegos de llaves en la cartera (hoy recibimos otro), y cepillos de dientes y cuentos infantiles repartidos entre Santa Fe, Colinas de Bello Monte y Sebucán.

Nosotros, estos desplazados de Chacao tenemos suerte. Hay otros que no pueden dejar temporalmente sus casas. Hay un niñito vecino asmático que tiene un mes tragando lacrimógenas ¿cómo queda su salud? ¿qué efectos tiene eso? Hay otra viejita que debe quedarse en la ciudad que parece como una guerra. “Me sale encerrarme en mi cuarto o en el baño”, me dice cuando le pregunto cómo le va.

¿Hola Chacao?
Esta madrugada de hoy 17 de marzo amanecimos militarizados, que en neolengua es “liberados”. Tan liberados que algunos vecinos y peatones son requisados en las esquinas del casco de Chacao. El olor a lacrimógena no se va. Hay entre tres y seis militares en cada cruce, hay recelo, cae la tarde y de pronto nos damos cuenta de que el miedo si se va. Tampoco hay toque de queda post 5:00 pm. Los vecinos, la mayoría anti-guarimba, toman las calles y demuestran el poder de una protesta sin molotov, sin máscaras, sin rabia. Asombro militar.

Chacao comienza a cambiar y nosotros los desplazados podemos comenzar a pensar en volver a casa.

Por ahora no estamos en el hogar pero nuestros pensamientos si, y todo el tiempo oramos para que, como dice mi chiquito, “la casa se cure”, también el país, y la ciudad-chacao no parezca como una guerra más.


martes, 10 de julio de 2012

Las cosas que me alejan de Choroní

3 cosas que indican que Choroní no es el de antes:


1.- Los precios:

2.- La basura

3.- El ruido

Una vez más desconozco a Choroní, que realmente es Puerto Colombia. En los años 90 era lugar de peregrinación segura con mis amigos y novio del momento, pero con el paso del tiempo he ido prefiriendo otras opciones y no me seduce tanto visitar ese pueblito de mis querencias y el de muchos caraqueños que nacieron, como yo, en los años 70'.

Supongo que cada generación en esta rincón caribeño resguarda como algo propio la playa de sus andanzas (más cerca de casa): la de mi abuela eran las playas de Macuto, la de mis padres era Cata, la de mis primos grandes las playitas de Higuerote y la mía Choroní. Vuelvo al pueblo pensando en lo bien que la pasé a los 20 y pico cuando nos quedábamos en la barata y desprolija La Abuela, o más tarde en plan parejita en la hermosa Cataquero, pero 15 años después no me encuentro en ese pueblito a pesar la hermosura de Playa Grande, las casitas colorinches y perfectas, el pescao frito y la fiesta en el malecón… Demasiadas motos, más basura y altos precios: unas cuantas cervezas y dos pescaos fritos más de 300 bolívares.

Entiendo que se popularizara esa maravilla pero con esos precios Choroní ya no puede ser una escapada de varios fines de semana al mes. Los fines de semana que puedo sigo vistando Choroní, como no, pero también Chirimena y La Punta en La Guaira.

Choroní aun mantiene ese “no se qué” imposible de explicar. Basta con ver la bahía para reenamorarse, ahí, al menos por un rato te olvidas de los precios, la basura y el ruido de las motos.