lunes, 11 de junio de 2007

Diablos sueltos


Estaba tranquilo. Sólo 50 o 60 diablos.
Dicen que el primer día, el de la víspera, es así: poca gente, poco baile, poco alcohol, que el desmadre es el jueves, cuando salen 500 diablos y visitan el cementerio.
En la entrada del camposanto rinden homenaje a los promeseros muertos. Pero no pasan. Sólo cantan y hacen que se espantan con las cruces haciendo “aaaaahhgg, aaahgggg” al ritmo de sus maracas de diablos, con sus trajes rojos y sus crucecitas de palma...
El miércoles es más relajado. El ritual obliga a recorrer los altares del pueblo en plan tranquilo y a alistarse para el día siguiente, cuando ya se tiene el permiso divino para iniciar el ritual en Yare, San Francisco de Paula de Yare, así, con el nombre católico-indio, con el repique negro del tambor. Sincretismo puro, pues.
Dos veces al año religiosamente los diablos salen y llegan a la costa para atender el tum tum de los tambores que anuncian el Corpus Christi
y la fiesta pagana repleta de rojo, mucho rojo, fotógrafos y mucho escándalo. Se cuentan nueve jueves después del jueves santo y ocho días después de que el calendario marca la Santísima Trinidad, es entonces cuando comienza la fiesta.

En otros lados de la costa lo rojo no es mandato pero sí la salida de los diablos: los hay en Chuao, Naiguatá, Ocumare y otros pueblos de la costa, y con diferentes motivos: por ejemplo, en Naiguatá las máscaras son de animales marinos, cangrejos, insectos, peces dientones y otros mosntruos, mientras que los de Yare son de vacas o toros, aunque parecen más diablos que otra cosa.
El número de cachos en este caso responde a un orden jerárquico, mientras más cachos más rango. El diablo mayor y los capataces son los que mandan, el resto son promeseros o diablos rasos que danzan una vez que piden permiso al sacerdote del pueblo. Todos tienen rosarios, cencerros, cruces de palma, maracas, reliquias que cuelgan y suenan con la caja -o tambor- y el alboroto.

Los diablos están cubiertos, ignoran el sol bestial, incendiado, que se posa inclemente. Si no fuera por las matas de mango y la cerveza que corre, cualquiera se seca.

Las mujeres, que no pueden ser diablas, acompañan a sus hombres. Todas bailan con discreción y se limitan a tocar las maracas. Están en la fiesta casi a distancia. Se les llama promeseras y llevan faldas y lazos rojos. Algunas estimulan a sus diablitos y los alientan a unirse a la danza diabólica. Sonríen encantadas cuando el diablillo se incorpora y baila, como los turistas curiosos que, cuando ya no están sorprendidos, sucumben al tambor y también bailan...
Yo no bailé tanto porque me dediqué a tomar fotos. Tomé muchas pero solo coloqué aquí las que están mas o menos bien... las demás son cualquier cosa roja y no tienen sentido.
Es un gozo viajar a Yare, ese pueblito lleno de matas y calor. Abundan las casas culturales dedicadas a los diablos danzantes con sus souvniers y su historia del triunfo del bien sobre el mal, que al final es la historia que quieren contar.

3 comentarios:

Douglas Gómez Barrueta dijo...

¿No hay raperos? ¿no hay salsa? ¿no hay jóvenes que son diablos pero le agregan algo a la fiesta? ¿la tradición se mantiene apegada a sus inicios? ¿qué licor beben? ¿hay ligue? ¿hay sexo? ¿hay cuentos? ¿hay turistas asiáticos, europeos o puros urbanos caraqueños? Las fotos me gustan voy pendiente de unas. ¿no habrá un chef, porque ahora pa donde uno va hay un chef?

K. Peña dijo...

Me encantaron las mascaras, a de ser totalmente surrealista anda vagando entre tanto ser extraño.

Saludos

sara carolina díaz dijo...

Hola Leo.. pues si, es extraño. Lo unico es que fui el dia en que habia menos gente. Voy a tratar de ir el jueves que es cuando, dicen , la cosa se pone buena. Habrá muchas más máscaras...gracias por escribir acá... s.